Durante la década del 90, Bushwick era uno de los 15 barrios de Nueva York de ingresos bajos, pero en los últimos años experimentó un crecimiento del precio de los alquileres mayor que el promedio y se convirtió en tendencia para artistas jóvenes.
Bushwick fue un barrio de trabajadores, donde a mediados del siglo XIX los inmigrantes alemanes establecieron la industria cervecera. Después de la Primera Guerra Mundial, llegaron los italianos y el barrio siguió creciendo, hasta que las fábricas buscaron menores costos, fuera de Nueva York.
En los 70 se instaló una gran población de inmigrantes hispanos. Ese sabor latino hoy se puede percibir al escuchar a las vecinas sentadas en la vereda conversando en un español con acento caribeño o en la plaza principal del barrio donde se juega al vóley, un deporte poco común en Nueva York, pero muy popular en países latinos.
En lo que respecta al ambiente cultural, el barrio cuenta con el proyecto The Bushwick Collective, en el que se establecen vínculos entre los dueños de fábricas que permiten utilizar legalmente sus paredes y los artistas callejeros. Hoy, cerca de la esquina de Troutman y St. Nicholas, se pueden ver obras de artistas reconocidos, como los estadounidenses Jeff Henriquez, Patch Whisky, Nychos, el legendario Ron English, e internacionales como Sipros (Brasil) y Michel Velt (Holanda).
“Los artistas siempre somos los primeros que vamos a esos barrios que parecen abandonados. No tenemos miedo y nos animamos. Después, de repente, el resto no lo ve tan mal y se mudan”, confirma Gail Mitchell, artista plástica, restauradora y vecina de Bushwick.
Las galerías de arte también siguieron los pasos de los artistas y su público. Koenig & Clinton, por ejemplo, una histórica galería que por 17 años estuvo en Chelsea -típico barrio de galerías en Manhattan-, se mudó a Bushwick en junio pasado.